2/28/2017

"Second Coming", 1994, The Stone Roses


No es el rock mi género favorito sino el pop y la música electrónica. Sin embargo uno de mis álbumes favoritos de siempre es el segundo trabajo de The Stone Roses, titulado Second Coming. Publicado en 1994, se trata de un trabajo que trata de negociar con las expectativas generadas por la banda mancuniana después de su primer y celebrado álbum de 1989. Un lustro después de hits como “I Wanna be Adored” o “She Bangs the Drums” el sonido del grupo cambió por completo, dejando a gran parte de sus seguidores con un palmo de narices.

Descubrí The Stone Roses cuando estudiaba en la Facultad de Bellas Artes circa 1991. La publicación en 1994 de la “segunda venida” venía precedida por no poca expectación. Y lo que la “venida” traía era rock y acordes de guitarra en una secuencia que ganaba a cada escucha. El pop y la mezcla de acido que les encumbró daba la alternativa al garaje, el punk rock, funk y soul norteño, sobre todo mucho de esto último.

Más de veinte años después, este subestimado álbum (incluso para los adoradores de los mancunianos) es posiblemente uno de los mejores discos de rock de la historia. John Squire raya por todo lo alto en una obra que todo amante de la guitarra ha de escuchar. Sonidos de batería a lo Led Zepellin y una rabiosa abertura, “Breaking into Heaven” y “Driving South” dan paso a la dulce “Ten Storey Love Song” que los reconcilia con sus orígenes. A continuación sigue una sucesión de grandes temas, cada uno único en su especie, que dan forma a un álbum redondo, orgánico, difícil, con cambios de ritmo constantes, y que resulta adictivo en la escucha. El clásico álbum que en unas primeras escuchas no engancha o directamente repele, pero que aloja en su interior la semilla imperecedera de las grandes obras maestras. En 1994-1995, Second Coming fue la banda sonora. Todavía lo es.

Postdata: el tema posteado es una versión acortada, el tema original tiene una introducción ambiental de varios minutos para una duración total de once minutos. 



2/18/2017

Model Shop y Los Ángeles


 

En 1967 Jacques Demy y Agnès Varda hicieron las maletas y se fueron a Los Ángeles. Ambos venían de realizar filmes importantes en Francia. La re-interpretación del musical americano que Demy había llevado a cabo en Les Demoiselles de Rochefort (1967) estaba fresca en la retina. La partida a L.A. estaba determinada por el éxito de este musical y el deseo de conocer la meca del cine y la contracultura californiana. Demy tenía una proyecto para rodar una película allí. En L.A. Varda va a dar rienda suelta a su lado más activista realizando un remarcable documental sobre los Panteras Negras y otros cortometrajes sobre CaliforniaLand y la cultura hippie. Demy rueda Model Shop (1969) una película considerada fallida y que apenas tuvo repercusión. ¿De qué trata esta tienda de modelos?

La valoración de Model Shop está marcada por la frustración de las expectativas. En lugar de seguir con los coloristas musicales que le habían dado fama –no puedo evitar realizar aquí un metacomentario sobre el éxito reciente de La La Land sin mencionar la tremenda influencia del cineasta francés y cómo ha pasado casi inadvertida–, Demy se centra en una retrato íntimo y poco espectacular. Una película crítica con la pérdida de ilusión de una franja de la sociedad norteamericana con respecto a su propia cultura en plena Guerra de Vietnam. Tenemos aquí a George Matthews (Gary Lockwood post-2001 Una Odisea en el espacio) en el papel de un joven arquitecto sin trabajo (licenciado en Berkeley) conduciendo en el espacio abierto y de tráfico denso de la ciudad. George duda entre formar parte de una revista underground y buscarse un trabajo acorde a su profesión mientras frecuenta a músicos y demás hippies. Un día en un parking se fija en Cecile/Lola (Anouk Aimée) a quien sigue en coche. Más tarde camina detrás de ella por las calles de L.A. hasta el Model Shop, un sitio donde por unos dólares cualquiera puede convertirse en fotógrafo de modelos. Lola es una de estas modelos.

La intención que el cine de Demy siempre tuvo, de que las películas se completan una detrás de otra y existe un hilo que las une, encuentra en el personaje de Lola un argumento de peso. No en vano Lola es el mismo papel interpretado por Anouk Aimée en Lola (1960), el primer largometraje de Demy. ambientado en su Nantes natal, Lola era una cantante de cabaret en un filme lleno deseo, anhelo y también amargor. Es esta amargura y soledad la que reparece en Model Shop. Demy cuenta que lo que más le llamó la atención en los Estados Unidos fue el “desencanto” de la generación joven y la falta de ilusión y esperanza en su cultura. Un sentimiento que no podía pasar desapercibido para el cineasta del “encanto” (enchanté o en chant).

Model Shop ofrece las formas y colores clásicos del estilo Demy sin en ningún momento bordear el kistch. La semiótica del espacio urbano y la colorida, iconoclasta, imagen de la ciudad sirven a la causa. La fotografía como objeto de deseo y como proyección libidinal se suma al milagro de la producción de imágenes cinematográficas como un proceso alquímico.

Model Shop ofrece igualmente una mirada exterior, foránea, del espacio de Los Ángeles, exhausta en su hiperrepresentación hollywoodiense. Un filme de autor con todos los atributos europeos situado en América. Varda y Demy dejaron su sello en California.

2/11/2017

RESEÑA: “The Weird and the Eerie”, Mark Fisher, (Repeater Books, 2016)



El libro que Mark Fisher publicó pocas semanas antes de morir es tan preciso y específico como subjetivo en la elección de su contenido. Ya en la introducción el autor dice que es raro que le haya llevado tanto tiempo considerar las categorías de lo weird (lo extraño o sobrenatural) y lo eerie (misterioso), pues desde que tiene recuerdo siempre estuvo fascinado por ellas. La dificultad para encontrar equivalentes en español para lo weird y lo eerie (como por otra parte también existe la misma dificultad para la palabra haunted o haunting) nos introduce de entrada en esa misma especificidad idiomática que es también cultural. En cualquier caso, Fisher busca ir más allá del Unheimlich de Freud, que ha sido traducido en ocasiones como lo siniestro, y cuyo uno de los conceptos clave en lengua inglesa sería el de uncanny. Si bien Fisher dice que todas estas categorías son intercambiables y definen afectos y también modos de ficción, en libros y filmes, la singularidad de esta nueva obra (tercer libro del autor) reside en esta mencionada especificidad, para el autor, entre lo weird y lo eerie

A partir de H. P. Lovecraft, Wells, The Fall, Philip K.Dick o David Lynch, el autor describe su particular definición de lo weird, como una cualidad que reúne distintos rasgos de los cuentos de horror, fantasía, lo grotesco y lo sobrenatural. Mark Fisher encuentra en las producciones culturales de estos y otros autores un aspecto de lo weird que escapan a las definiciones del diccionario pues, como señala, un elemento natural como un agujero negro puede ser más weird que un vampiro. En cualquier caso, se refiere a una anomalía o una presencia inquietante, una extrañeza que fascina y que halla en las cortinas del Lynch en Blue Velvet o Mulholland Drive y en los agujeros de Inland Empire una manifestación acorde a su descripción. Lo eerie, por su parte, comparte una dimensión más ontológica pues remite a la extrañeza que genera una presencia o una ausencia inesperada o inatendida. Lo eerie es la sensación que se tiene cuando hay algo donde debería haber nada o, por el contrario, no hay nada cuando debería haber algo. Un sentimiento afín a cierta ciencia-ficción o género del misterio, más que al horror, y que encuentra en los cuentos de Daphne du Maurier, Margaret Atwood, los filmes de Tarkovsky, Nolan o Christopher Glazer, o en la novela y filme Picnic in Hanging Rock su expresión más adecuada. 

Tenemos en Fisher un escritor que no realiza indistinciones entre literatura, cine y música, aunque en esta obra es la literatura el centro de su atención, lo cual nos recuerdo que el autor de Realismo Capitalista fue principalmente un lúcido crítico cultural necesitado de interiorizar los artefactos culturales al nivel del corazón y la epidermis. Resulta imprescindible, a mi entender, considerar la dimensión política que un análisis apasionado y formal del arte y la cultura tienen en el actual panorama ideológico de crisis sistémica. The Weird and the Eerie continúa más por la senda de su anterior trabajo y segundo libro Ghosts of My Life. Writings on Depression, Hauntology and Lost Futures, que por la de su primer y más conocido trabajo, y también más político, Capitalist Realism. Is There an Alternative? 

Sin embargo, resulta igualmente fascinante que en todo el libro no haya ni una sola mención al concepto de hauntology, siendo ésta una de las teorías más afines al autor, y estando lo weird y lo eerie tan próximos temáticamente. Esto solo puede entenderse desde una ausencia voluntaria e intencionada en un libro donde apenas hay referencias musicales, únicamente un capitulo sobre The Fall y un metacomentario sobre Brian Eno. Como he señalado, la literatura es aquí el centro, incluyendo cuentos y novelas que más tarde se han hecho famosas a partir de sus adaptaciones cinematográficas. 

Resulta frustrante que ya no haya más libros de Fisher, aunque posiblemente un par de compilaciones de artículos musicales y textos o ensayos sueltos podrá ser realizado como complemento de estos tres libros publicados. Frustrante porque uno tiene la sensación de que la escritura de este crítico cultural británico rayaba en lo más alto. Tenía la fibra de los mejores.




2/01/2017

Berger, Fisher, y los afectos de la crítica




La reciente muerte de John Berger ha generado toda una corriente de elogio alrededor de su vida y obra: escribir obituarios en tiempos digitales se está convirtiendo en un género por derecho propio. El alcance de esta corriente no debe ser desestimado: el impacto de la desaparición de un crítico de arte en tiempos en los que la crítica agoniza. Berger era además de crítico, escritor, poeta, autor de una serie de televisión, pintor, campesino y muchas más cosas. Pero principalmente era un crítico de arte, alguien de quien se podía decir, en vida y ahora también, que era sobre todo eso, un crítico de arte. Uno de los últimos de una especie en desaparición. Un crítico de arte es ante todo un escritor, o al menos debe aspirar siempre a esa condición. La unanimidad en la apreciación de Berger hay que tenerla en cuenta, y preguntarnos su por qué.

Conviene destacar dos facetas de su biografía para valorar el alcance de la escritura. Berger era un artista que en un momento dado pasa al otro lado, esto es, a escribir sobre arte. Este hecho le hacía sentirse cercano a la materia de la que está hecho el arte. Comprender el acontecimiento artístico supone entender la psicología de los artistas, cómo viven, cómo piensan y trabajan y también comprender la técnica y la materialidad de las cosas. Berger era además marxista, y así se reconoció en muchas ocasiones. También era spinozista, pues para él Spinoza era el filósofo favorito de Marx. Quizás por ello de este último recogió su solidaridad con los oprimidos y, del primero, el afecto como elemento movilizador de las pasiones, el arte, nunca mejor dicho, como ars affectandi.



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