10/21/2016

RESEÑA: Mon cher… Urs Fischer en la Fondation Vincent Van Gogh, Arlés



En la entrada, una enorme escultura modelada en barro pero fundida en bronce da la bienvenida al público: una especie de Última Cena iconoclasta, infantilizada, surreal y por momentos irrisoria. El modelado es completamente amateur o parece salido de un taller de terapia colectiva. Pero no, viene del estudio que el artista posee en Nueva York. La cantidad de arcilla utilizada llama poderosamente la atención, pero más todavía descubrir que la vieja técnica de fundido en bronce ha alcanzado una maestría inédita con el arte contemporáneo. No hay nada que ahora se le resista a la fundición o vaciado a la cera perdida, una técnica que goza de muy buena salud gracias a las nuevas generaciones de artistas. Ya en el interior, esculturas de distinta temática y tamaño enseñan un universo de humor caustico y una creatividad ilimitada. Ratones persiguiendo quesos, caballos y calaveras aparecen aquí. Estamos en la exposición titulada Mon cher… de Urs Fischer en la fundación Vincent Van Gogh de Arlés.

Representado por importantes galerías internacionales (Sadie Coles HQ, Gavin Brown Enterprise, The Modern Institute, Gagosian y otras), Fischer mantiene una frenética actividad con exposiciones individuales simultáneas en varias instituciones y galerías. En la sala principal, una “lluvia” colorista de gotas de agua hechas de plastilina y suspendidas del techo inundan al espectador en un paisaje pictórico que trata de adaptarse al contexto y a la obra del genial pintor holandés. Cada gota de agua policromada genera el efecto de una paleta de color cambiante, del verde al morado. Junto a esta lluvia de gotas, hay más obras modeladas en arcilla diseminadas por la sala: canapés con efigies femeninas a medio acabar o directamente saboteadas con un martillo. Fundición en bronce. Sobre la superficie de estas piezas, manchas y empastes de óleo directamente salidos del tubo. Hay aquí una decadencia sabrosa para un gusto eminentemente cultivado. Una psicologización del rol social del artista y la exploración de sus ansiedades para el deleite y la contemplación en donde el concepto mismo de fantasía se reifica a las primeras de cambio. Fischer es un artista hábil, desprejuiciado, que combina el kitsch, el pop y el expresionismo, el exhibicionismo con lo reprimido, la transgresión –aquello tan antiguo de epatar la burguesía– con el populismo y otras muchas cosas. El artista como aquel que nunca ha de pedir disculpas o, el artista como receptáculo de la ansiedad de distintas capas de la sociedad.


Aunque el suizo es principalmente un escultor que recurre a técnicas artesanales de todo tipo, también es un profuso productor de imágenes. Distribuidas a lo largo de varias salas se encuentran distintas impresiones digitales de gran formato. Fischer, fotógrafo de formación, recombina la pintura y la fotografía a través de técnicas digitales de collage. Una fotografía de un ojo humano puede estar rodeada de una gruesa capa de pintura sin abandonar su superficie completamente plana: una imagen salida directamente de una impresora en la factoría del artista. Es algo propio del arte contemporáneo mostrar los resultados a la vez que se esconde el modo de producción mismo. En este caso, las preguntas giran más alrededor de las consecuencias salientes cuando se poseen íntegramente los medios de producción y ya no existe dependencia alguna con industrias ni empresas intermediarias. El artista es su propio jefe y produce industrialmente: directamente del estudio o taller a la galería. La industrialización del arte contemporáneo tuvo en Warhol y su The Factory uno de sus momentos pioneros. The Factory funcionaba como una gran empresa capitalista a la vez que era un escenario para la creatividad y la bohemia experimentales. Otros artistas más recientes, Jeff Koons o Anish Kapoor, han naturalizado esta idea de taller o estudio como una empresa de trabajadores al servicio del producto-artista. Fischer continúa esta estirpe en la que la dimensión de su universo imaginario coincide con el volumen de la producción, en donde cierto sentido de autonomía e independencia son aquí importantes.

A diferencia de un artista como Koons, cuyo populismo y estrellato hiperbolizan su obra y su figura, Fischer cuenta con el reconocimiento del establishment curatorial del arte. Quizás esto se deba en parte por ser un representante de la cultura europea en Nueva York (donde reside desde hace dieciocho años), contra la siempre más fácilmente denunciable cultura norteamericana. Es una constante que desde el comisariado se le endose a Fischer el mérito de re-trabajar las temáticas de otros artistas suizos quienes en otro momento pudieron ser considerados marginales o que partían de una subjetividad propia, particular y psicologizada. Obviamente Fischli & Weiss resultan aquí ineludibles, aunque también Dieter Roth y otros representantes de una cultura centroeuropea interesada por probar toda clase de materiales, con un especial interés por los orgánicos y su degeneración. Fischer recupera en parte este legado de la ruina y la descomposición, dándole un acabado pulido y técnicamente bien acabado.

El artista, por su parte, establece una prudente distancia con cualquier asignación encorsetada con respecto a sus posibles influencias. De un modo irónico, su posición pasa ahora por interpretar a los artistas que no le gustan, como Chagall y Kandinsky. Fijarse en ellos significa comprender los motivos de su poca afección. Una cualidad de la figura del artista genio, de la cual Picasso es el máximo exponente, consiste en hacer de su libertad creadora un territorio de autonomía y fascinación. En tiempos actuales en los que rastros del punk se encuentran casi en exclusiva en la rodilla rota de un pantalón de bajo coste, el arte de Urs Fischer ejemplifica la ensoñación que la gratuidad de la imaginación y la ansiedad recóndita del artista todavía ejerce en la sociedad. Mientras las clases altas o pudientes saborean el kitsch en el rechazo a la alta cultura y el clasicismo, las masas se contentan al ver la estetización espectacular de lo banal y lo mundano. Todo ello también determina, sin el menor rubor, eso que hoy en día y de un modo aceptado por todos, llamamos arte contemporáneo.





10/17/2016

Identidad, Estudios Culturales y multiculturalismo en la era del odio

Barbara Kruger, portada de Artforum, 2016


Un debate reciente en el número de verano de la revista Artforum ha girado alrededor del “retorno” de la identidad como un “tema” en el arte. El número monográfico se inscribía en una suerte de revisionismo de los ochenta y las luchas por las políticas de la identidad que en entonces se libraron en el terreno cultural y que tenían en las diversas minorías –raciales o étnicas, de género, de orientación sexual– su principal destinatario. Una de las personas preguntadas fue la artista Barbara Kruger, quien en lugar de responder textualmente decidió enviar una deconstrucción semántica y conceptual de la jerga crítico-curatorial con la que la identidad regresa. ¿Cuándo dejó de ser la identidad un asunto principal? ¿En qué lugares, eventos y discursos ha estado la identidad desaparecida o simplemente equivocada?, se interrogaba Kruger, crítica con una encuesta cuyo borrador deconstruido –gráfico y textual– ha servido como portada para este número de Artforum. Merece la pena reproducir aquí las premisas de una encuesta para la cual en un mundo post- (identidad, raza, género y hasta post-humano) la identidad vuelve a ser motivo de conflicto y batalla. Un mundo el actual donde el fundamentalismo, el racismo, la discriminación y la violencia son alimentadas por las ideologías extremas. Solo le falta al briefing de Artforum la categoría de post-ideología, un olvido nada casual si se tiene en cuenta que es precisamente la noción de ideología la que hasta hace poco ha permanecido enterrada en el espesor de las distintas retóricas sobre la identidad. También podría añadirse la post-política, o el debilitamiento del antagonismo en la arena política como un simulacro del consenso que certifica el fin de toda ideología y la aceptación del sistema económico neoliberal como única alternativa.

Cualquier definición de lo post- principalmente manifiesta la acuciante urgencia de aquello que se pretende superado. Como dice Kruger, las categorías son herramientas útiles que de un modo forénsico pueden ayudarnos a (mal)percibir la totalidad. El lenguaje es la dificultad de nombrar y acotar. En una sociedad cada vez más fragmentada y tensionada, la recuperación del discurso de la identidad también está en la agenda política de los neoconservadores y defensores del “espíritu nacional”. Parece difícil vislumbrar un futuro sin que la identidad se convierta en el asunto central de un conflicto (que se remonta al periodo de la posmodernidad) que parecía superado.

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10/12/2016