10/29/2014

NO & JD, fanzine, 2000



París año 2000. 20 años del suicidio de Curtis. Se trata de una evaluación del tiempo,
en parte autobiográfica, en parte musical. Texto, imagen, gráfica. Los zines son medios
adolescentes en una época que ha alargado la adolescencia. 


"Lawrence Weiner también diseño el cartel promocional con motivo de la salida de
'Brotherhood", 1987". Música, arte y diseño. Disco, cartel y gráfica. Algunos de los
temas que interrelacionados configuran la temática de este mismo blog.

La escritura es courier, estilo máquina de escribir. Cortar y pegar. Fotocopias en la era creciente de Internet.
La tipografía Helvética. La barra separadora y el punto rojo. Unidos ambos harán la barra roja con la que Peter Saville diseñará el próximo Get Ready (2001). ¿Anticipación? La encuadernación es à la ancienne.

Portada y contraportada. En el original en fotocopia papel cebolla. Collage. Post-punk y modernidad. Periodización y atemporalidad.

El fanzine recoge en la misma página un poster de Weiner para el álbum Technique
(1989) y una obra de un Liam Gillick de comienzos de 1990 para
una arquitectura "textual". Estos dos artistas amigos y colaboradores realizaron más

de una década después una exposición conjunta en MuKHA de Amberes, 
A Syntax of Dependency, 2011. 

10/26/2014

Una nueva EVA futura. Estilo y codificación en New Order



Una nueva Eva futura. 2001 y New Order sacan Get Ready, su primer álbum desde 1993. Desde el comienzo las guitarras salen al ataque con “Crystal”, un tema rockero y expansivo. New Order están de vuelta. Pero ese álbum cuenta de nuevo con Peter Saville y también, para la ocasión, fotografías de Jürgen Teller. Durante un lustro ese trabajo gráfico y fotográfico inspiró buena parte de mi trabajo; desde algún cartel para conferencias a reflexiones sobre el estilo y la moda. Más de una década después, ese ojo cíclope tecnológico parece sobrepasado por la ubicuidad del smartphone multiusos. (Pensémoslo detenidamente… ¿si nos hubieran dicho no hace tanto lo que un teléfono hace ahora?). 

En cuanto al estilo: su absoluta modernidad minimalista. Una lectura reciente sobre el origen de las palabras “moderno” y “modernidad” (de Hans Robert Jauss) señalaba que lo moderno no se opone sencillamente a lo viejo, sino que lo verdaderamente opuesto a la novedad constante es lo atemporal, aquello que nunca pasa de moda, como un vestido que se mantiene vistoso como la primera vez. La querencia de la modernidad por el clasicismo se explica en que no hay nada más moderno que aquello que se mantiene vigente a lo largo del tiempo. Es lo que sucede a esta genialidad de trabajo gráfico. La posibilidad de periodizar y, a la vez, una planitude que atraviesas las décadas. 




10/23/2014

EDITORIAL: Simbología y emoción

Cartel del documental sobre Leon Trotsky "Asaltar los cielos" 
(1996) de José Luis Lopez-Linares y Javier Royo


Acontecimientos recientes en España ponen en perspectiva uno de los temas más repetidos en la historia de lo político en el siglo XX; a saber, la relación entre el uso de la simbología y la iconografía y el recurso de lo emocional en la conquista (y la manipulación) de las masas. Hace tiempo que el discurso de la política erradicó la palabra “masa” de su repertorio y lo sustituyó por sociedad, opinión pública o directamente por electorado. Las formas escogidas para dirigirse a ese afuera son siempre históricas. Es algo endémico en la izquierda la dificultad para reinventarse un imaginario y un simbolismo renovado acorde a los nuevos tiempos sin caer en la nostalgia y la recuperación de las enseñas que marcaron algunos de sus hitos. El cierre el pasado fin de semana de la Asamblea de Podemos con la canción L’Estaca de Lluis Llach responde a este imaginario siempre eficaz. Ello plantea una interesante situación; determinar si los significantes (la iconografía) existe como “producto” de la ideología o, por el contrario, la ideología misma se genera como efecto de su estetización. La cultura sirve entonces como herramienta para su instrumentalización.

La elección de esa canción hubiera pasado más desapercibida si una frase de Pablo Iglesias no hubiese sido pronunciada poco antes: “el cielo no se toma por consenso, sino por asalto”, una frase atribuida a Marx poco después de la represión a la Comuna de París en 1871. Esa frase dio pie a un editorial de El País (ver AQUÍ) que puede ser leído como todo un ejemplo de crítica ideologizada y deshonesta, la cual “interpreta” el sentido de los textos de acuerdo a una ambigüedad interesada y convenida desde la ideología. “Puede querer decir esto, o puede decir esto otro (claro está, lo contrario)”. Evidentemente el editorial quería remarcar lo segundo. Debían creer desde la dirección que el lector no lee el resto del periódico (ver AQUÍ), al desentrañar en otras páginas el origen de la cita y su referencialidad a lo largo de la historia la cual, no por casualidad, se remontaría al Romanticismo y en concreto a Hölderlin.

Tanto en el caso de la canción de Llach como en la cita de Marx, existe en la izquierda una apelación cultural (culto=cultura) que contrasta con la desideologización y vaciamiento de contenido de la social-democracia (o el centro político). La alusión al Romanticismo no está de más aquí, por el componente exaltado y pasional (emocional) que introduce. La historia del siglo XX se encarga de recordar por sí sola el peligro de toda puesta en escena basada en lo emocional. Populismo se llama, y de eso sabe tanto la derecha como la izquierda. Sin embargo, el progresivo descrédito y cinismo de la política reside en su falta de credibilidad y en su incapacidad para generar empatía o comunicar afectivamente. Mientras la izquierda encuentra en el baúl del pasado los artefactos estéticos que generen afecto y colectividad, la derecha no necesita rebuscar en ningún sitio sino simplemente coger aquello de la cultura de masas que está más a mano. ¿No es cierto que el ex presidente del Gobierno Aznar dijera una vez que su banda de música favorita era Coldplay? ¿Folk político contra pop político?

Evidentemente, no tiene sentido debatir sobre la ideología de Coldplay como banda musical sino más bien analizar el componente emocional que genera y cómo el neoliberalismo explota económicamente esa emoción. Capitalismo emocional. Sorprende en cualquier caso que la izquierda no encuentre alternativas más contemporáneas, que no sea capaz de renovar su discoteca. Cantar La Internacional puede ser algo muy emocional, y más todavía en estado de embriaguez. ¿Acaso los pubs de Manchester no fueron para Marx y Engels buen escenario de testeo para una política embriagada y pasional?[1]







[1] Ver Tristam Hunt, El gentleman comunista. La vida revolucionaria de Friedrich Engels, Anagrama, Barcelona, 2011.


10/17/2014

El imperio de los signos/sentidos
























Una semiótica de los signos conlleva una semiótica del lenguaje, las formas y la imagen.
El universo icónico y cultural japonés; un imperio de los signos y un imperio de los sentidos. (Barthes adaptando el célebre título de la película de Oshima). Hay un sensualismo en el signo y una sensualidad en el antiguo imperio. Resulta interesante cómo la cultura japonesa recoge la producción cultural europea “de calidad”, la interpreta y le da forma. También la cultura pop.
Estos dos carteles de cine los encuentro de una perfección sublime y buenamente generan un anhelo de posesión. Pickpocket de Bresson y Alphaville de Godard. Seguro que la lista de carteles sublimes es mucho más extensa. Imagen, tipografía, color y forma entablan una armoniosa y delicada relación. El imperio de los signos y los sentidos deviene la república del estilo. Es ahí donde queremos vivir. 

10/12/2014

Mercado de futuros (Trailer)





Lo viejo es pasado. Lo nuevo futuro. Un vendedor de lo viejo no desea desprenderse de lo que tiene, mientras los promotores del mañana venden aquello que no existe más que en los sueños de la gente. El pasado está cubierto de polvo, novelas gráficas de Walter Scott y Carlos Dickens; vestigios de un mundo que a nadie interesa. Un universo de quincalleros y jubilados  sin porvenir. El futuro está dominado por la inversión y el manejo del riesgo (risk management), el turismo bomba y los gurús del liderazgo grupal. La ciudad poco a poco se va vaciando de memoria. Pobreza de experiencia. Y mientras tanto, la virtualidad abstracta del capital financiero transmuta en una estética de feria comercial en la que poder depositar unos ahorros. El capitalismo comercia con futuros. Mercado de futuros (2011) de Mercedes Álvarez es otro ejemplo de cine financiero a la española, un género que por propio derecho se impone por encima de lo que no hace tanto se denominaba “cine político”. De hecho la primera ha sustituido a la segunda para convertirse en el género cinematográfico que mejor sirve para dar cuenta de la totalidad.


10/01/2014

CRÍTICA: God Help the Girl (2014), Stuart Murdoch



Que el musical es un género cinematográfico denostado es algo bastante evidente. Al esplendor de otro tiempo, donde el musical era capaz de levantar el ánimo colectivo o incluso conseguía convertirse en una suerte de espejo de las transformaciones de las esperanzas e ilusiones de la juventud y la clase media, le ha seguido una decaída aunque todavía existan títulos que sin ser estrictamente “musicales” sitúan la música en el centro; desde Velvet Goldmine de Todd Haynes o 24 Hours Party People de Winterbotton hasta Sugar Man, pasando por los biopics de Jim Morrison, Kurt Cobain e Ian Curtis.

God Help The Girl, escrita y dirigida Stuart Murdoch, viene a romper esta inercia con un musical pop en toda regla en la que el carismático y polifacético líder de Belle and Sebastian sale por todo lo alto. Aunque las expectativas eran más bien bajas, la curiosidad estaba en comprobar cómo un producto de masas, la música pop, puede reproducirse y extenderse a través de otros medios (el cine). La película es un musical pop, esto es, supedita su forma, estructura y estilo a una coreografía colectiva. Su argumento es, como no podía ser de otra manera, típica, recurrente. El argumento es lo de menos: chica con problemas psicológicos se escapa del hospital para convertirse en cantante de grupo pop con compositor outsider y pianista “pija” victoriana. Todo ello para gloria del talento compositivo de Murdoch y de la mayor “exportación” escocesa al mundo: la banda Belle and Sebastian.

Pero God Help The Girl no sólo sacia esta curiosidad por la elasticidad del pop, sino que en sí mismo se convierte en algo placentero, un videoclip de larga duración con una variada paleta de recursos formales y giros narrativos. Se trata de una película muy estetizada, pues el valor de superficie (casi epidérmica), del estilo florece como en una primavera musical llena de color. En lugar del ya clásico documental à la Pennebaker o incluso al margen de la confusión buscada entre verdad y ficción de gran parte del docu musical, esta aportación al cine de ficción ofrece un magnífico retrato de la juventud europea actual y también sitúa a Belle and Sebastian como una de las principales bandas mundiales en la colectivización del consumo indie, hipster, o cualquier otro valor diferencial. Evidentemente hay ironía, humor y también distanciamiento. El alma hipster supone todo un filón emocional a explorar, aunque quizás, God Help The Girl nos recuerde que más que un estilo o una moda, lo hipster es ante todo una economía.

God Help The Girl está hecha de lo único con lo que puede armarse una película de este tipo: de la suma de detalles y de la amalgama de fragmentos. Desde la moda, por ejemplo, existe una infinita gama de detalles estilísticos a decodificar, a cada cual más sutil y preciosista. Desde el baile y la coreografía: una amplísima articulación de movimientos, pasos y gestos pop. Desde el cine, referencias que no son citas sino elementos culturales ultradigeridos por décadas de consumo pasivo pero que puestos en pantalla no molestan o suenan pretenciosos debido, como digo, al divertimento y hedonismo que desprende la película: la Nouvelle Vague y Godard (Emily Browning se parece y lleva el corte de Anna Karina y además lee Ana Karenina de Tolstoi); tampoco puede faltar guiños al baile y la carrera de Band à part; el cine independiente americano, Hal Hartley; los psicodramas de Todd Solondz para quien Belle and Sebastian compuso la banda sonora de Storytelling; algo del compromiso social y el retrato de clase de Ken Loach; mucho de Jacques Demy, y no solo en el uso del color en la ropa, etc.

Políticamente God Help The Girl nos devuelve una imagen de la juventud indolente y con dificultades para la autorrealización que no se aleja demasiado de grandes franjas de gente predispuestas para la moda y lo cool. Nunca le ha faltado conciencia social ni a Murdoch ni tampoco a Belle and Sebastian y, como he señalado más arriba, God Help The Girl es como si Ken Loach rejuveneciera de golpe y decidiera hacer un musical pop. Murdoch estaría posiblemente encantado con esta comparativa, él que siempre ha abogado públicamente por la izquierda y el socialismo (siendo Belle and Sebastian una banda inusual de muchos miembros y colaboradores, algo parecido al Berliner Ensemble de Brecht pero en música pop, pero donde además, valga la contradicción, siempre hay espacio para cierto misticismo e incluso religiosidad como también lo hay en God Help The Girl).


“No ha habido tanta represión desde la Rusia estalinista” dice uno de los protagonistas en un momento, exportación desde lo político a la sexualidad y al ansia de liberación de la identidad, del género y de la clase. Sobre la clase hay también bastantes guiños, como “Glasgow como una ciudad victoriana llena de paletos”, a la vez que la identidad británica (ingleses en escocia) es también objeto de comentario. (Al parecer Murdoch votó YES). Todo esto articulado, más las canciones, bailes musicales y otros elementos de orfebrería pop hacen de God Help The Girl un musical pop que los devotos de Belle and Sebastian sin duda disfrutaran, pero que los no iniciados también apreciarán.