9/26/2014

Arquitectura y fantasmas del capital financiero

Bilbao futurista, en la próxima película Jupiter Ascending (2015) de The Wachowskis, autores de la trilogia de Matrix o,
cómo la regeneración urbana, el ciberespacio y la expansión abstracta del capital se fusionan en un futuro. 


Nota tardía a mi reseña sobre Ghosts of My Life de Mark Fisher, Zero Books, 2014.


Recientemente el concepto de hauntology acuñado por Jacques Derrida en su influyente Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional (1995) ha adquirido una inusitada actualidad a raíz de la vigorización de una crítica musical que ha visto en las metáforas de los fantasmas del pasado que siempre acaban por retornar sobre nuestras cabezas una pertinente y actual fotografía del estado de una cultura en crisis que literalmente saquea el archivo del pasado.[1] Efectivamente, prácticamente cualquier cosa nos parece hoy en día saturada de nostalgia de tiempos pasados mejores, o al menos infectada por la grandeza de una estética o estilo pasado, retro o vintage, recordándonos de paso que el posmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío no fue únicamente algo pasajero y puntual.

Pero sorprende menos encontrar rastros de este retroespectralismo tan afín ahora a alguien como Mark Fisher en la obra anterior del propio Jameson, de la que Fisher es lector atento, y especialmente aplicado al ámbito de la arquitectura. ¿Cómo piensa la arquitectura contemporánea la cuestión de la espectralidad cuando es precisamente ésta una de las señas del capitalismo financiero? Pues bien, Jameson trata hacia el final de su ensayo sobre esto, apuntando de paso la fantasmagoría como el estado más afín para describir la naturaleza abstracta y especulativa del capital financiero.[2] Dice así, después de mencionar el ciberespacio de William Gibson como un género representacional para la ciudad y la arquitectura posmodernas:

Con todo, como sin duda estamos obsesionados por este espectro en particular, tal vez sea en el relato de fantasmas –y especialmente en sus variedades posmodernas- donde pueda buscarse alguna analogía muy provisional como conclusión. El relato de fantasmas, en efecto, es virtualmente el género arquitectónico por excelencia, ya que está unido a habitaciones y edificios irremisiblemente manchados con el recuerdo de sucesos horrendos, estructuras materiales en que el pasado literalmente ‘pesa como una pesadilla en el cerebro de los vivos’. No obstante, así como el sentido del pasado y de la historia siguió a la familia extensa en el camino, al faltar los mayores cuyas narraciones pudieran por sí solas inscribirlo como un puro suceso en las mentes atentas de las siguientes generaciones, también la renovación urbana parece en todas partes embarcada en el saneamiento de los antiguos corredores y alcobas a los que sólo un fantasma podría aferrarse. (El carácter encantado de los sitios al aire libre, como las colinas de los ahorcados o los camposantos, parecería presentar una situación anterior, premoderna.)

    Empero, el tiempo todavía está ‘fuera de sus goznes’: y Derrida devolvió al relato de fantasmas y al tema de cómo los fantasmas habitan un lugar (‘haunting’) una nueva y verdadera dignidad filosófica que tal vez nunca tuvo, al proponer, como sustituto de la ontología de Heidegger (quien cita esas mismas palabras de Hamlet para sus propios objetivos), un nuevo tipo de ‘fantasmología’ (‘hauntology’)*, las agitaciones apenas perceptibles en el aire de un pasado abolido social y colectivamente, pero que todavía intenta renacer. (Significativamente, Derrida incluye el futuro entre las espectralidades.)”
    ¿Cómo hay que imaginarlo? Uno difícilmente asocia fantasmas con rascacielos, aun cuando he escuchado historias sobre estructurales habitacionales de muchos pisos en Hong Kong de las que se decía que estaban encantadas;” (…)[3]


To be continued elsewhere…




[1] Véase principalmente Mark Fisher, Ghosts of My Life. Writings on Depression, Hauntology and Lost Futures, Zero Books, Londres, 2014. También distintos escritos de Simon Reynolds, especialmente Retromanía. La adicción del pop a su propio pasado, Caja Negra, Buenos Aires, 2012.
[2] Anterior a esta referencia Jameson había escrito una extensa reseña sobre el libro de Derrida. Ver “Marx’s Purloined Letter” en New Left Review 209, (enero-febrero, 1995). Publicado en castellano como “La carta robada de Marx”, en Demarcaciones espectrales. En torno a Espectros de Marx, de Jacques Derrida, Michael Sprinker (ed.), Akal, 2002, pp. 33-80.
[3] Fredric Jameson, “El ladrillo y el globo: arquitectura, idealismo y especulación con la tierra”, en El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodernismo 1983-1998, Manantial, Buenos Aires, 1999, pp. 242-243.


9/22/2014

NO TIME FOR LOVE, Graffiti, Trintxerpe, 2014

"No Time for Love", graffiti en Trintxerpe, Gipuzkoa, 2014.


No hay tiempo para el amor. El hallazgo de este grafitti en la pared de un garaje no puede sino provocarme un sentimiento de descontextualización. Parecería que el espectro de los ochenta estuviera todavía rondando en eso que algunos sociólogos denominaban como “juventud vasca”. Pero no, la incompatilidad del tiempo para el amor y la acción política propia de la militancia es ahora un mensaje con dobles lecturas, un mensaje fuera de quicio, out of joint. Un lema sujeto al desplazamiento temporal. Ya no es el compromiso político lo que nos roba el tiempo, sino la dinámica de la ilusión de una productividad sin límite y sin fin. Sin descanso.

No hace mucho escribí un ensayo sobre el amor y la producción, y allí hablaba del título de una instalación de Asier Mendizabal originariamente presentada en D.A.E. Donostiako Arte Ekinbideak de San Sebastián en el año 2000. Decía así:



(…) *
“En cualquier caso, Les amants réguliers (Garrel) representa la antítesis de ese otro eslogan No Time For Love, que es una canción y una instalación artística de Asier Mendizabal del año 2000. El mensaje de la canción del cantautor Christy Moore viene a decir que no hay tiempo para el amor cuando se da una situación de violencia política; el trabajo de Mendizabal, cuenta con varios fragmentos escultóricos y fílmicos y recibe su título de la canción original versionada por el grupo vasco Hertzainak. La letra se contextualiza en el marco del conflicto de Irlanda del Norte así como en las políticas internacionalistas de la izquierda. Al margen de la referencia concreta, para Mendizabal (para quien el concepto de “masa” es pivotal en todo su trabajo) el título funciona más como desencadenante de una disyuntiva aún mayor: las relaciones (y las elecciones) entre deseo y militancia, amor y política, o la radical separación entre la acción pública (la política) y el deseo privativo de la esfera privada (el amor). El compromiso político gravita entre la pasión y la acción, algo que puede extrapolarse a la militancia en el arte como una constante escisión entre la pasión (propia del esteta) y la acción (típica del militante), algo que la dialéctica vendría a suturar en una renovada versión de la fórmula aesthetics & politics.

Esta dialéctica (amor y política) deviene desde ese momento en un horizonte de pensamiento, apuntando de manera más exacta a las contradicciones existentes entre el idealismo de la ideología y su reverso, esto es, el pulsional sujeto de deseo. La dialéctica buscaría religar al pasional y al militante en un plano superior. En ese conflicto, la experiencia individual dentro de la colectividad a través de una educación sentimental es siempre un paso obligado”.
(…)


* Fragmento de “El amor como producción: una pequeña teoría de la economía del arte”, Fanzine PIPA 01, Barcelona, 2012.


9/18/2014

Penúltimas cosas


Penúltimas cosas. Este podría ser un buen título para un libro. Quizás para una película. No las últimas cosas, esas de ayer, esas que están todavía en el candelero, o en el “candelabro”, como bien dijera aquella aspirante a modelo o actriz, sino aquellas otras ya olvidadas. Es el título, también, de un ensayo largo y profundo sobre un artista (M. P.) que espera, como lo hacen por otra parte las obras cinematográficas de este artista, a que el polvo se deposite muy lentamente a la espera de que llegue su tiempo. El tiempo es largo. Los textos son también largos. La espera también lo es. Hay también un libro por llegar pero que no llega. “Lo que tiene que venir ya ha llegado” es un título utópico, sin duda, pero ¿es acaso un título para una exposición?

Mientras tanto, ¿cuáles son nuestras penúltimas cosas? Explicar el propio sentido de penúltimo exige cierta gestualidad gráfica: esas no, las siguientes, etc. Temporalmente lo penúltimo no es lo de ayer, sino lo de antesdeayer. En términos culturales equivale a esa categoría meditabunda tan evocadora: el pasado reciente o recent past.

Últimamente (que no penúltimamente), en este blog toda entrada o post parece un texto editorial, lo cual es síntoma de cansancio y agotamiento, de pérdida de energía incluso. La consideración de este espacio para la producción y no para la reproducción conlleva sus ataduras. ¿En qué categoría temporal entran los blogs abandonados o que no se actualizan nunca? ¿Y cuál es el espacio que ocupan? ¿Qué agujero negro consiguen rellenar?

El actual aceleracionismo va camino de convertirse en una estética más que en una filosofía del movimiento y el cambio. En su ritmo vertiginoso, una teoría de lo penúltimo no sabemos a qué correspondería. Sólo con evocar la expresión “penúltimas cosas” parecería que éstas quieren emerger de su estado oculto y olvidado. Reflotar en la superficie. 


9/14/2014

Pop culture y negación




 Modo de empleo (lectura): Escúchese el tema de arriba combinado con una lectura del artículo abajo linkado. 



9/06/2014

EDITORIAL: Atención


La atención es uno de los modos perceptivos actuales mayormente sometidos a la deriva de la nueva subjetividad. La dificultad para prestar atención es un síntoma de la conquista en algún otro lugar, imperceptible. Ya sea en el aula de la clase o en situaciones que requieren concentración, la atención no es sustituida por la distracción sino por la falta de atención, que es distinto. La distracción, por su parte, ya fue glosado por los modernos incluyendo a Walter Benjamin. Pero el problema de la atención es ahora otro; el de la mirada perdida sin focalización y el oído absorto en un murmullo interior sordo. La concentración ha sido atacada por todos sus flancos y hace tiempo que ha hecho aguas. No es que Internet nos distraiga, que también, sino que cada vez más nos incapacita para la atención. Ernst Bloch, muchísimo antes de la existencia de las redes sociales, ya advertía de este gusto por la interrupción: “Es desagradable verse interrumpido. Y, sin embargo, de modo extrañamente fácil nos dejamos interrumpir por lo inesperado”. (…)

Y a continuación detallaba la necesidad de sentir la irrupción de algo nuevo, siquiera un rumor, en el ritmo cíclico del consumo diario. Hablando del periódico escribió: “En el nivel más ínfimo seduce ya la murmuración, las noticias de una disputa ajena. Pero también el periódico vive, en gran parte, de la necesidad de algo desacostumbrado, y la última novedad constituye su aliciente. Nada es, por eso, más indiferente, más inmerecidamente indiferente, que un periódico de uno o varios días atrás. El periódico del día es sobrevalorado; el atrasado, infravalorado, porque carece ya del aguijón de la sorpresa”.[1]
Con el declive del periódico y su sustitución por el constante flujo de rumores y inputs de las redes sociales, ya no tenemos necesidad de esperar al periódico del día siguiente. Todo se deglute y se abandona a la mayor inmediatez. La atención flotante es ahora nebulosa y sin proyección.


[1] Ernst Bloch, El principio esperanza, Editorial Trotta, Madrid, 2007, p. 68.