9/29/2012

CRITICA: "Le Capital", (2012) Costa-Gavras

Robin Hood encarnado por Gad Elmaleh en La Capital (2012) de Costa-Gavras




El pase de Le Capital de Costa-Gavras durante el Festival de Cine de San Sebastián deja el regusto de una película irónica en la que el director ha decidido, casi sin pestañear, apretar a fondo el acelerador. En tanto que thriller financiero, Le Capital apunta a un género en ciernes del que quizás aparezcan nuevos documentos en un futuro no muy lejano (¿affaire Strauss-Kahn?) No en vano, se le debe a Constantin Costa-Gavras el ser uno de los inventores del género del “cine político” (o militante) mediante obras imprescindibles como Z (1969), Etat de Siege (1972) o Missing (1982); thrillers sobre conspiraciones, secuestros y asesinatos políticos, dictaduras y movimientos de liberación nacionales. El paso de géneros narrativos, las transiciones de un género a otro o la emergencia de nuevos géneros puede explicarse por razones muy distintas. Una de éstas puede estar en la propia evolución de la política internacional durante las últimas cuatro décadas, en la que el expansionismo del capital habría condenado cualquier expectativa de “socialismo en un solo país”, además de reordenar los diferentes movimientos de liberación nacional, debilitamiento a su paso cualquier alternativa económicas haciendo de la globalización el único horizonte posible. En esta coyuntura, la política queda en un refinado derivado de la economía mundial y el reemplazo de un género por otro es una cuestión tan difícil de distinguir como determinar si El Capital de Marx es un tratado económico o un libro político.



Pero el cine político es ahora cine financiero, y Le Capital su tragicomedia más disparatada: la historia del ascenso imparable de Marc Tourneuil (Gad Elmaleh), un sicario del capital, al frente del Phenix, un gran banco europeo en proceso de transformación, renovación o lo que quieran. La elección de Gad Elmaleh como actor principal se desvela como un golpe bajo, pues este monologuista francés de ascendencia marroquí, pero judío, (y he dicho bien), es toda una estrella en el país galo. Elmaleh interpreta a un Tourneuil impertérrito, sin apenas una sonrisa en todo el metraje. Sin embargo la mezcla del propio actor con un tratamiento tan serio produce momentos de hilaridad. Costa-Gavras ha optado por el humor como contrabalanza a un tema tan serio. No advertir que esta película es satírica de principio a fin es no entenderla (como aquel crítico que no se la cree. ¡Como si hubiera que creérsela! ¿acaso la sátira no ha sido siempre un potente instrumento crítico de la realidad a través de la deformación y la exageración? Porque en tanto crítica del sistema, Le Capital es un documento inapelable. No se trata de una película cínica, sino una película sobre el cinismo de los bancos. Sobre la inversión de Robin Hood en el banquero especulador actual, que roba a los pobres para dárselos a los ricos. “El dinero es el amo, no el instrumento” dice en un momento ese depredador financiero que da vida convincentemente Gabriel Byrne, la contrabalanza americana al personaje de Tourneuil. Pero además, desde un punto de vista teórico, Le Capital describe de manera reveladora la fase actual del capitalismo que es la del capital financiero; esa abstracción que está en el eje de la actual crisis económica y que no es sino un estadio necesario en el fortalecimiento del capital. El capital financiero es, entonces, la pura abstracción, una fluctuación de la que nadie sabe qué es, como funciona, quien la dirige, etc. En un momento del filme, Tourneuil habla de unos ingenieros matemáticos que tienen, brillantes, para a continuación preguntar: “¿Qué es lo que vendemos?” Ni idea. ¿Qué es lo que se compra? Tampoco ni idea. La retorcidísima trama financiera tejida por Costa-Gavras (Phenix-compra-Mitzuko-Phenix se devalúa-inversores yankis se hacen con Phenix, etc.) no pretende en ningún momento tener visos de verosimilitud. 

De hecho, esa complejidad no es plausible, como tampoco lo es pretender que actualmente alguien tiene alguna idea de cómo funciona la economía mundial. Esto es algo que ha sido constatado por diversos analistas económicos, los cuales o ellos mismos actúan como sicarios del capital o en un acto de honestidad argumentan que efectivamente no tienen ni la más remota idea de lo qué está sucediendo. Analizar qué es el capital financiero se antoja como el reto teórico de nuestro tiempo. Pero además, este capital financiero existe como una abstracción en los tiempos de la globalización, de acortamiento infinitesimal del tiempo y el espacio en la cibernética y la tecnología digital que permite transacciones de cifras astronómicas en segundos de una parte a otra del globo. La ironía sobre la pérdida de referencia del valor del dinero aparece varias veces en el filme, pues para Tourneuil da lo mismo si se trata de 27.000 € por el hotel de la supermodelo Nassin o un millón en un cheque para dicha modelo. Tourneuil maneja cifras (globales) como puras abstracciones, mientras que la reducción de plantilla, el desempleo al que dirige a miles de empleados se estima sobre % muy calculados. 

Pero además, el aparato cibernético tiene un papel preponderante, pues uno de los rasgos del filme está en las continuas videoconferencias, telefonías globales, Iphones y las pantallas como interfaces perennes que organizan todo la esfera de la circulación de los bancos. 
Las pantallas devienen en metáfora y la imagen diagramática de las altas y las bajas en la pantalla del ordenador se convierte en una representación fidedigna de la propia abstracción del capital financiero. Podría decirse entonces que la economía mundial se dirige sola, por capricho, y que son las propias máquinas y ordenadores las que activan y desactivan las transacciones astronómicas de capital. 

(La imagen de los niños pegados a las pantallas de sus juguetes electrónicos en el encuentro con su familia en Navidad se le aparece a Tourneuil como una imagen del presente que prepara el relevo a lo que él mismo representa). Pues además, y ya fuera del filme ¿acaso el valor abstracto de la ganancia no se ejemplifica de mejor manera que cuando un niño grita que ha ganado delante de la pantalla de su videojuego? ¿Ha ganado el qué?


Le Capital de Costa-Gavras es una película cuya espectacularidad y aparente convencionalidad esconde todo un arsenal para la interpretación marxista. El intento de representación de una abstracción conceptual irrepresentable lo hace todavía más difícil, dificultad que aparece en toda su crudeza dialéctica en la lectura de Jameson de El Capital de Marx (un libro imposible de comprender y necesario al mismo tiempo). “En su forma más simple, todavía engañosa, ¿cómo puede obtenerse beneficio del intercambio de valores equivalentes? ¿Cómo podemos escapar del mercado y de la esfera de la circulación hacia algo distinto, algo mucho más dinámico y expansivo, algo histórico y no estático como el bazar o la feria estacional, la factoría o el barrio de los comerciantes? ¿Cómo puede el dinero convertirse en capital? Y, ¿por qué estas dos entidades se distinguen e incluso se oponen?”[1]



[1] Fredric Jameson, Representing Capital: el desempleo, una lectura del capital, Lengua de Trapo, 2012, p. 84


9/21/2012

EDITORIAL: Paranoia



Resulta característico de una mente paranoica recoger exhaustivamente datos o signos que le confirmen el prejuicio, para acto seguido convertirlo en convicción. La actividad de esta personalidad es sin descanso. La duración de esta recopilación narcisista puede indicar la evolución o involución de la enfermedad. Cuando esta actitud se traslada al territorio de la defensa del uso estricto de la democracia, entonces estamos ante una figura salvífica que trata de compensar sus miserias personales, o su baja autoestima, con la excusa del malfuncionamiento del mundo, sus instituciones y el de los demás. La reacción paranoica ha sido siempre uno de los motores psicológicos de la crítica, pero ésta necesita implementarse en un nivel de actuación superior, encaminado hacia la producción. La pseudoactividad de las redes sociales es, en este sentido, un pozo sin salida donde el paranoico se revuelve, sin escapatoria. El lugar desde donde querría gritar, y no puede, aquello de “¿y de lo mío qué?”